miércoles, 18 de febrero de 2009

Solo tienes que cruzar el cielo

[Acts of agony de ~mbdsgn]

-NO quiero volver sola.
Él dirigió la vista hacia ella. La luna ingrata había hecho acto de presencia en el manto estelar, esa noche las estrellas danzaban en lo alto, deslizándose entre los mortales y incrustándose en sus ojos negros. Su rostro estaba serio, oculto la mitad por las tinieblas que entre sus faldas se escurrían, su vista perdida en el infinito de las nubes. Mas sus manos demostraban la inquietud que se cernía en sus pensamientos, descansando sobre su regazo, se retorcían entre ellas. Como si solo fueran papel. Aquel que se deshacía y el viento se llevaba lejos. Como pronto ella los acompañaría.
-No quiero irme sin ti.
-¿No crees que ese sentimiento es algo egoísta?
-¿Y qué sentimiento no es egoísta? –preguntó escéptica.
Él admitió que perdía contra ese argumento, pero ni así cedió. Sus ganas de seguir a su lado lo consumían como si estuviera hecho de caramelo frente a un niño goloso. Pero… no podía. Ella ya tenía su vida casi consumada. Y él solo era un abogado que acababa de salir de la universidad. Y lo único que llevaba en su cartera era su tarjeta de crédito y la incertidumbre que se le presenta a cualquier recién egresado. ¡Y ella le pedía que la siguiera hacia los confines de la tierra! Volvió a negar ante sus fugaces ojos, volvió a negarse ante sus manos temblorosas, ante su sonrisa retorcida y su perfume de rosas. Se negó también ante su propio deseo de permanecer no lejos de su sombra.
-No quiero irme sin ti –repitió.
Y él ya no quería escucharlo, porque sabía que en algún momento de la noche, sus palabras dejarían de tener sentido. Y le embriagaría la perspectiva de la soledad, y sería vulnerable cada una de las descabelladas ideas de la mujer que tenía al lado. Le prometería aquellos aspectos que no estaba dispuesto a ceder en sus momentos de sensatez. Ella comenzaría hablar de esos prados en los que de niña, paseaba, donde sus juegos más importantes se habían realizado, donde sus amas de llave tenían que ir a buscarla cuando se escapaba antes de la cena. Le narraría sobre la mansión y cada una de sus alas, él la escucharía con ceremonia, haría una plano imaginario en su memoria y se internaría en aquellos pasadizos. Sus pasos retumbarían ante la luz que se cola por la cortinas de Gran Salón. Pero mientras la conciencia habían gobernara sus sentidos, él apelaría a su sentido común y sus ganas de no querer complicarle la vida. Porque ella arriesgaría mucho y él no le dejaría hacerlo.
-Nos podremos ver cuando vengas de paseo a la capital –trató de disfrazar su voz ahogada, sus ojos trémulos.
Esta vez fue el turno de ella de negar, de hundirse en aquellas quiméricas palabras. Pero ella no soñaría porque estaba cansada de hacerlo. Quería por una vez solo actuar, por eso, le pedía a él que abandonara todo y se fuera con ella. Por eso, no quería predecir con su fría lógica los revuelos que se armarían cuando no volviera a su hogar, sola. Se saltearon todos los preámbulos, sabiendo ambos que de nada servía negar lo evidente. Planearon el viaje, qué día saldría y las cosas que llevarían. Acordaron vender algunas cosas y los muebles donarlos a una institución de apoyo a la mujer, en la que él había hecho unas prácticas años pasados.
-Vamos juntos…